Desesperación.

lunes, 19 de enero de 2009


Tras días sin dormir los ojos te pesan. No lo quieres cerrar. Todos esos demonios que hace años habitan en ti se despertarán, los despertarás. Imposibles de acallar gritan con fuerza, quieren reventar tus oídos. Que todo estalle en mil pedazos, salpicar de sangre hasta el último recoveco...
Desgarradores chillidos se escuchan a lo lejos, ¿o están cerca? Mierda, ellos también habitan en mi cabeza. Entonces lo sientes, si está llegando hacia ti:
Calor, ardiente calor.
Luz, cegadora luz.
Gritos, desgarradores gritos.
Desesperación, desesperante desesperación.
Pena, honda pena.
Cansancio, acuciante cansancio.
Desazón, profunda desazón.
Pensamientos, irritantes pensamientos.
Demonios, jodidos demonios.
Miedo, omnipresente miedo.
Final, inalcanzable final.
Presión, asfixiante presión.
Horror, oscuro horror.
Y bang, tranquilizador BANG.

Aire contaminado

jueves, 15 de enero de 2009


Se trata de los Robinson, una familia normal y corriente que vivía en una pequeña casa alejada de la ciudad. A el señor y la señora Robinson nunca les había entusiasmado las multitudes, el gentío y el ruido de las ciudades. Por ello habían decidido cambiar su residencia por un entrono más tranquilo en el cual criar a sus hijos.
El señor Robinson se despertó una mañana y notó un extraño olor, no sabía que podía ser pero no era nada agradable. De repente calló en la cuenta, a pesar de vivir en el campo y apartados de la ciudad...no cabía duda, había llegado hasta ellos, olía a contaminación. El aire se había impregnado de pestilencia, de contaminación. En el aire se podía respirar la muerte de la naturaleza, su putrefacción.
El nerviosismo se apoderó de él. Es lo que siempre había temido pero nunca se pensó que llegara. Desesperado cogió a toda su familia y la metió en la piscina. Sabía que la naturaleza lo amaba igual que él a ella, por lo tanto, esta le permitiría superar cualquier ley física y vivir bajo el agua. No podía dejar que su familia también se contaminara.
Una vez todos estuvieron sumergidos, los miró y sonrió aliviado. No sabía cuánto tiempo tenía, cuánto tiempo necesitaría el ser humano para acabar también con el agua. Pero de momento, se había librado del aire.

miércoles, 14 de enero de 2009



Quien pudiera ahora estar allí. Olvidarse por unos días de los exámenes, de los trabajos, del estrés y del agobio y poder viajar hasta esa casita en medio del mar, en medio del cielo, en medio del horizonte, en medio de la nada.
Quien pudiera sentarse a contemplar el cielo, bañarse en las aguas cristalinas de la playa, tomar el sol.
Quien pudiera pasear por la orilla de la playa y sentir la brisa fresca en la cara mientras las olas, suaves y juguetonas, mojan tus pies.
Quien pudiera hacer el amor allí, lentamente, mientras el sol se esconde y la suave arena roza tu piel.
Quien pudiera contemplar el atardecer cada día, observar la belleza del cielo antes de dar paso a la oscura noche.
Quien pudiera contemplar también el amanecer, el amanecer después de una larga noche de fiesta o madrugando para un día de playa o de montaña.
Quien pudiera olvidarse de todo y descansar sin pensar en nada. Soñar con el futuro y acordarse del pasado en una isla desierta en medio del Atlántico.
Quien pudiera escapar de la agobiante ciudad que nos absorbe por momentos, no pensar en el tráfico por al mañana, ni en el autobús que perdimos, ni en la compra, ni en la comida, ni en el trabajo, ni en un examen.
Quien pudiera estar ahora allí.

Sombrero y lápiz

lunes, 12 de enero de 2009



Rondaban los años 30 y recién salido de la facultad se dirigía a su primer trabajo.
Su madre le había regalado un sombrero de ala ancha. Por poco que supiera la mujer sobre la profesión de su hijo, no le cabía duda que cualquier buen periodista (al igual que un buen detective) debía de llevar un sombrero que le otorgara notoriedad.
Con paso firme, libreta y lápiz en mano se sentía importante. Agradecía el sombrero, temía que si no estuviera, toda la cantidad de información e ideas que su joven mente fabricaba, fuera derramada y olvidada en las aceras.
Ilusión, iniciativa, ganas de cambiar el mundo...sí, todo eso había quedado ya atrás, en esos primeros días de periodista, en esos años 30. De aquella época sólo conservaba su primer lápiz y su sombrero de ala ancha.
Incluso se podría decir que a esas alturas sólo le quedaba de su profesión aquel sombrero por el que todos le reconocían. Estaba cansado...no lo dudó, se quitó su sombrero y lo lanzó al suelo. Dejo que todos sus ideales e ilusiones murieran, se desangró de ellas, todas rodaron por el pavimento agonizantes. No, ya no le quedaba nada de periodista...ni tan siquiera las fuerzas.

La princesa de la boca de fresa

miércoles, 7 de enero de 2009



Quiso ser princesa, la princesa de la boca de fresa. Enfundada en vestidos, decorada con joyas y altos moños, la princesa miraba aburrida sus películas en la televisión.
La princesa está triste, ¿qué tendrá la princesa? La más elegante del mundo, la rubia más guapa, la actriz del cuento de hadas, la niña que soñó con ser princesa y que cumplió su sueño, la más rica y también la más sonriente estudia el ir y venir de palacio y se cree la protagonista de una película de ficción, de su propia vida que pasa por delante de sus ojos.
Las joyas más caras, los vestidos más exclusivos, los abrigos de pieles y los zapatos más sofisticados se amontonan en sus múltiples armarios y no pueden ocultar su falta de libertad.
La niña que soñó con ser actriz y que después se convirtió en princesa mira por la ventana pensado en Hollywood, soñando con Cary Grant.

Lagrimas de cocodrilo

martes, 6 de enero de 2009



¿Quién no ha visto a un niño llorando? ¿Quién no ha sido ese niño llorando? Ver llorar a un niño es algo normal, cotidiano. Simplemente con salir a la calle podemos ver a niños llorando, sobre todo en las puertas de los colegios y las guarderías. Porque quieren ir al parque, porque quieren alguna golosina, porque se han peleado en el recreo, porque tienen hambre, porque tienen sueño. Los niños lloran para conseguir lo que quieren, sin más. Y hasta que crecen un poco les da muy buenos resultados.
La fotógrafa Jill Greenberg pensó en la belleza de ver llorar a un niño e hizo hace algunos años una sesión de fotografías a varios niños y niñas a los que les quitaba un caramelo para que lloraran y entonces capturar la instantánea.
Ver a esta niña de pelo rubio algo alborotado y ojos azul verdoso derramar una lagrimita puede despertar nuestra ternura y vemos efectivamente que la foto es bella. Sin embargo, si pensamos detenidamente que sus padres le quitaron el caramelo concienciadamente para ganar algún dinero con el sufrimiento de su hija, podemos llegar a la conclusión de que son algo cínicos.
Observar toda la serie de fotografías de Greenberg y ver llorar a tantos niños y niñas despierta sensaciones contradictorias: del agrado al rechazo, de la ternura a la pena. No obstante, comerciar con el sufrimiento y con las lágrimas de estos niños deja la ética y lo razonable fuera de lugar.

Elegancia

lunes, 5 de enero de 2009



Una tarde de invierno normal y corriente. Ellos, como estaban acostumbrados a hacer, daban un paseo antes de que la noche les sorprendiera.
Hacía frío, pero eso no impedía que ellos, la pareja perfecta, lucieran cual pincel. Él con traje y corbata, ella con un abrigo largo que ceñía su minúscula cintura.
Los años sí que habían pasado por ellos, pero a él esas canas le otorgaban de encanto, de un atractivo maduro e interesante. A ella la experiencia le otorgaba seguridad en su mirada, pisaba fuerte y todos a su alrededor al sentir sus pasos se volvían a mirarla.
Allá donde fueran llamaban la atención, destilaban elegancia. Los que los conocían discutían sobre si esta elegancia provenía de sus ropas, de la belleza que habían conservado pese al envejecimiento, de su estatus social...
Nada de ello era cierto, la elegancia, el saber estar, no entiende de edad, de modas o de clases sociales. Su forma de ser, de moverse, de hablar, de mirar...cualquier pequeño detalle en ellos era bello, sutil y envidiado. Nadie podía robarles eso.